Crecer en una familia rota por el dolor de perder un hijo
LA INFANCIA CON TUS PADRES SUMIDOS EN EL DOLOR
Nací en una familia en la que no sobraba el dinero. Además, para cuando llegué mis padres ya tenían dos niños mellizos de 20 meses. No causé mucha ilusión y encima hice que las cosas fuesen más difíciles todavía. Mi padre trabajaba mucho, se pasa el día fuera de casa y mi madre hacía lo que podía para cuidar de nosotros tres. Vivíamos en un cuarto piso sin ascensor, lavando a mano, sin pañales desechables y sin ninguno de los avances que hay ahora. Lo que la dejaba en una situación difícil para cuidar de tres niños casi iguales. Mi tía tuvo que vivir una temporada con nosotros para ayudarle y desde ese momento se convirtió en una parte muy importante de nuestras vidas.

A pesar de todo esto, mis hermanos y yo éramos niños felices. Nos lo pasábamos muy bien juntos y aquella dura vida era de lo más normal para nosotros. Hasta el verano que cumplí 6 años. Nos fuimos de vacaciones y mi hermano enfermó. Lo operaron de urgencia, pero era un agosto de hace casi 50 años así que la operación salió mal. Volvimos a Barcelona lo antes posible, pero ya no pudieron hacer nada para salvarle la vida. Durante 4 meses estuvo ingresado y aunque intentaron todo lo posible en diciembre falleció. Y con él se fue la ya poca estabilidad que había en casa.
Mi madre no había salido del hospital en cuatro meses. Estaba consumida física y mentalmente. Y no pudo asumir que mi hermano había fallecido. Lo buscaba por la calle con mi hermano y yo como compañía. Mi tía tuvo que volver a quedarse en casa con nosotros. Fueron años muy duros para mis padres, pero más duros para mi hermano y para mí. Nuestros padres habían desaparecido en un pozo negro del que no podían salir. No podíamos ver la tele ni oír la radio, entre otras muchas restricciones por el luto que se alargaron años. Fines de semana y festivos íbamos a pasar el día al cementerio. Se acabaron los cumpleaños, reyes o cualquier otra fiesta. Y esto fue haciendo mella en el carácter de los cuatro. Cada uno a su manera intentaba sobrevivir y salir de esta terrible tragedia, aunque a veces las maneras de hacerlo no fueran las mejores.
Los padres no estamos preparados para enterrar a nuestros hijos, no es natural. Ni tan siquiera hay una palabra que pueda definir como te quedas con semejante dolor. Las personas podemos quedarnos huérfanos o enviudar, pero cuando perdemos un hijo no hay palabra que nos pueda definir. Pero para mi hermano y para mí tampoco fue fácil pues habíamos perdido a nuestro hermano y a nuestros padres. Nuestro núcleo familiar había desaparecido y nosotros sólo éramos unos niños que no sabíamos muy bien que pasaba. Solo entendíamos que nuestros padres ya no eran nuestro punto de referencia para crecer. Así que nos unimos los dos para salir a delante y mi hermano pasó a ser la persona más importante de mi vida.
Mi madre estaba destrozada y no era capaz de superarlo. Se volvió malhumorada, desconfiada y muy negativa. Culpaba a todo el mundo de su desgracia, pero sobre todo a mi padre y eso hizo que el ambiente en casa fuera aún peor. Al cabo de unos años se hizo Testigo de Jehová, con la esperanza de volver a ver a mi hermano algún día. Siempre ha tenido una predilección especial por mi otro hermano. Todo lo que hace y dice él es perfecto, todo lo contrario de lo que pasa conmigo. Nunca ha confiado en que yo pudiera hacer algo bien ya que según ella soy igual que mi padre. Pero a pesar de todo, tanto mi hermano como yo la queremos muchísimo.
Mi padre no supo encajar la desgracia y lo solucionó alejándose de nosotros. Ojos que no ven, corazón que no siente. Ya no podía seguir viendo a mi madre en el estado que estaba ni aguantar sus broncas. Se volvió ludópata y sé convirtió en un padre ausente y negligente. No se preocupaba de nada de lo que pasara en casa, se volvió tacaño y muy egoísta. Trabajaba muchísimo y ganaba dinero, pero no era para su familia, sino que se lo gastaba en su vicio.
Así fue mi infancia, con momentos de mucha soledad y angustia. Mi única seguridad era mi hermano que siempre estaba ahí. Era genial tener un hermano que podía hacer cualquier cosa. Igual limpiaba que te arreglaba lo que fuera que se hubiera estropeado. Podía hablar con él, siempre te aconsejaba con paciencia y mucha cabeza.
Con ésta infancia fui creciendo y soñando con encontrar una pareja con quien formar una familia y ser feliz. Pero la vida me la volvió a jugar y me casé con un psicópata.
En el próximo post os contaré como acabé casada 30 años con un psicópata.
Saludos y hasta pronto.
Comentarios
Publicar un comentario